José Emilio Pacheco
México D.F., 20 de Abril de 1973
José Emilio Pacheco
Querido Darío Canton:
Su Tratado Poeti-Lógico me llegó la víspera de que saliera de México. Lo hojeé, me fascinó, me hice el propósito de llevarme el libro para leerlo en el avión y, en el caos de las últimas horas, involuntariamente lo dejé en casa, esperando.
Ahora de regreso lo he leído con entusiasmo y me apresuro a darle las gracias y a pedirle excusas. Es un libro que me hubiera gustado escribir y que por desgracia no podré hacer nunca.
El despliegue de imaginación, de inteligencia, de vocabulario me deja atónito. No sé si es prosa o poesía o algo más, pero me doy cuenta perfectamente que sólo podría existir en esta forma. Me sorprende y me agrada que el libro sea anónimo.
El anonimato es mi ambición: hay que abolir al autor. Durante diez años he publicado textos anónimos o seudónimos en las revistas mexicanas, y le mando un libro que era mi deseo que saliese sin mi nombre pues de él apenas soy el organizador. Ojalá pueda hojearlo alguna tarde: me interesa muchísimo su opinión.
Habrá advertido que le escribo a máquina: me intrigó y asombró lo que me decía en su última carta acerca de mi letra. Desde la escuela elemental me inhibió mucho el que todo el mundo dijera que la tenía tan mala: usted es la primera persona en el mundo que la ve como una letra interesante. Y si no le escribí de inmediato fue para reprimir mi impulso narcisista –pero también de algún modo fiel al «Conócete a ti mismo»– de pedirle que me comunicara sus impresiones grafológicas, tanto más interesantes cuanto no se interpone en ellas el conocimiento de la persona.
La mesa ya está aquí y tengo a todos mis amigos sentados en torno de ella, leyéndola. Para ser consecuente, no les he dicho el nombre del autor. ¿Puedo hacerlo o mantengo el silencio y el secreto?
Reciba un gran abrazo de su amigo.