El Poamorio de Darío Canton
Los libros | Año I, número 9, Julio de 1970
Marcelo Villar (seudónimo de Héctor Schmucler)
Desde el intento casi épico de La saga del peronismo (1964), la materialidad de la poesía de Darío Canton fue creciendo a través de un trabajo de deterioro de las formas de expresión consagradas (que en su libro Corrupción de la naranja, 1968, refleja metafóricamente) para llegar a mostrar con Poamorio la incomodidad del libro tradicional, de la numeración de las páginas, del autor que preside desde la tapa la entrada de los pasivos visitantes del volumen escrito.
Dos hechos inquietantes constituyen la significación del libro de Canton: 1º., su intento de negarse como objeto; 2º., el desenfadado erotismo de su lenguaje. Conjugados, destacan dos oposiciones: al libro que consolida una fractura donde el lector no reconoce su mundo, y a un lenguaje simulador. Al primero le contrapone un conjunto de hojas sin final ni comienzo; al segundo, el sexo sin eufemismos.
Si se quiere establecer el número de páginas que tiene Poamorio para el mercado, es preciso contarlas: ninguna cifra las acompaña. El acto de determinar la cantidad de carillas aficharía un primer nivel significativo: no es más que un dato estadístico, monto de papel utilizado, tamaño de un costo. En cambio, están numerados los poemas y para señalar lo intrascendente de su ordenamiento comienza con el número 29 (que sirve de tapa) para culminar a mediados del libro con el 62 (que simula ser una tapa y sirve de poema). Tras el humor, es preciso reconocer un esfuerzo desesperado.
El lenguaje amatorio, tan lleno de ropaje en casi toda la poesía en lengua española, encuentra en Poamorio una brusca decisión de aire libre. Sin lugar para languideces románticas, lo rigen dos lemas de fuerte tono macedoniano: "cuan/do/de/ca/e/a/mor/mue/re" es el subtítulo de esta "dodecadencia fónica" dedicada "A la que ama con frescura/ y es mujer que exige hombría". El conjunto (un único texto que por comodidad está separado en bloques) aspira a distinguir palabras cotidianas para alzarlas a otra significación: la del poema: una nueva realidad lingüística para cantar la carnalidad del amor.
El amor es sexo, en la misma medida que el poema reconoce una sola materialidad: la palabra. Estos son sus constituyentes reales. La aclaración que generalmente se aplica ("no es mero sexo" o "no es mera palabra") no tiende a engrandecer ni el amor ni la poesía: sólo degrada la materialidad. Poamorio erige su presencia contra una razón que ha inventado maneras de negar aquella materialidad a fin de imponer una lógica que sostenga su interpretación del mundo. Contra un sistema "espiritual" que ordena la existencia en clasificación maniquea y donde todo lo que perturba es negado. Y lo perturbador ("Quien se acuesta contigo/ y te abraza/ y te besa/ y llega hasta el final/ no soy yo", o "Si la libertad/ no tengo/ de asesinarte/ ¿cómo me pides que te ame?") es la materialidad que insiste en imponer sus condiciones de continuo desorden o, tal vez, la apetencia de otro orden que justamente es rechazado por el logos que la soberbia occidental ha impuesto sobre las cosas: "Los libros lo declaran:/ debe olvidar el amante/ si el amor ha fracasado/ olvidar/ completamente/ -capítulo cinco, bhttp://www.dariocanton.com/ Pero yo/ que voy mirando/ hacia el suelo/ cuando ando preocupado/ que capto/ las miradas que se cruzan/ y el oscuro recorrido/ de los jugos en el vientre/ sostengo/ que hay libros/ no escritos todavía/ hijos por nacer/ sangre corriendo/ vida/ maravillosa/ abierta/ rota".
Es cierto que algunas descripciones de Canton dificultosamente podrían adquirir la multisignificación que exige el poema. Pero su valor prescinde de esos límites: contra los usos sociales, Poamorio instala una poesía de "malas palabras" en una sociedad que se las prohíbe para enmascarar con un ordenado sistema de palabras la insanable violencia que encierra.