Darío Canton | Escritor & Poeta
ENTREVISTAS | Personales

Diálogo con Osvaldo Aguirre

28 de noviembre de 2020

Osvaldo Aguirre

 

28/ii/2020

Osvaldo Aguirre me hizo llegar la siguiente consulta:
Te pido si me podés dar una descripción de tu archivo, de los materiales que contiene, del espacio que ocupa y de la forma en que está organizado. Quería preguntarte también si el descubrimiento de manuscritos de otros escritores que hiciste en Estados Unidos, además de marcar tu trabajo como poeta, incidió en el cuidado puesto en la conservación de tus propios papeles, en la creación de un archivo personal, o bien si fue a partir de De la misma llama que reordenaste o recopilaste tus papeles.

Las preguntas de Osvaldo Aguirre me llevaron a reexaminar el proceso de escritura de la serie De la misma llama. Fueron un buen pretexto –algo que siempre agradezco – para repasar mi trabajo en general, y en especial, lo hecho con la serie.

En algún lado dije que veía de una familia (materna, Yndart) que era de guardar. Guardaban revistas y diarios viejos en un cuartito en Carmelo al que yo de chico accedí. Guardaban también instrumentos musicales que ya no usaban (mandolinas, alguna guitarra), veladores rotos, sillas desvencijadas. En fin, había una gran pieza encima de un garage en donde estaban objetos que ya habían perdido vigencia, pero que aun así se conservaban. Lo mismo hacía mi abuelo Serapio con todo lo vinculado con el campo: recibos viejos por entrega de animales a las tropas (arrancan en la década de 1820) y contratos; todo el material del que me valí para el tomo VI. Nue-Car-Bue. Lo mismo vale para las cartas, y eso también lo siguió haciendo mi madre.

Desde chico, ya en Buenos Aires, guardé números de Patoruzú, tal como mi hermano lo hacía con la revista El gráfico. De adolescente, hice lo mismo con Rico Tipo, y mi madre coleccionaba Selecciones del Reader's Digest.

Personalmente, cuando empecé a escribir me hice pasar poemas a máquina y conservé también manuscritos, incluido el de mi primer poema, que reproduje también en el tomo VI. Eso lo seguí haciendo sistemáticamente, mucho antes de conocer los microfilms en la Lockwood Memorial Library en la Universidad de Buffalo en 1963. Y cuando volví a la Argentina a fines de 1963, una de las cosas que hice fue empezar a clasificar temáticamente todos los poemas que tenía: surgieron así los "Personajes", lo de Corrupción de la naranja, los poemas que tenían que ver con la familia y los que tenían que ver con mis relaciones amorosas.

Mi “archivo”, el que se muestra en De la misma llama, es la combinación de:

1) Lo que yo personalmente tenía como propio: fotos infantiles y de adulto; la dedicatoria de Mauricio Ferrari Nicolay en un diccionario de sinónimos que me regaló cuando tenía once años; un libro, segundo premio, en el colegio secundario por un trabajo sobre José Manuel Estrada; antes que nada, Los monos bailarines y la guitarrita con la que cantaba "Cuesta abajo" en la panadería de la esquina de la casa de Nueve de julio; y así, con fotos de natación, y alguna otra cosa. Y desde ya, los manuscritos y la naranja, guardados celosamente como tesoro.

2) Lo que dejó mi madre cuando murió y pasó a mí porque a mi hermano Héctor no le interesaba conservarlo (objetos personales, correspondencia, su gran volumen de recortes, álbumes de los centenarios de Carmelo y de Nueve de julio, un álbum de cigarrillos Fontanares, una colección de abanicos).

3) El material muy rico que conserva todavía mi prima María Nilda Yndart en Carmelo (los recibos antiquísimos que guardaba el abuelo; los álbumes de los cigarrillos Londres con las actrices de la época; un juicio sobre el precio que cobraba la balsa para cruzar el Arroyo de las Vacas cuando todavía no existía el puente inaugurado en 1912).

4) Todo el material que conseguí para la obra. Empecé con Oscar Balducci fotografiando los departamentos de Rivadavia 1653 y de Bartolomé Mitre 1644, donde redacté la primera versión de la obra. Simultáneamente pedí a dos grandes amigos de Carmelo que sacaran fotos del pueblo y del escritorio de mi abuelo Serapio que, como una pieza de museo, la familia había trasladado de la calle Uruguay 368, su lugar original, a Isidoro Rodríguez 245, enfrente de la plaza vieja y de la iglesia de la época de la fundación (1812).

Después, con la ayuda de Balducci a lo largo de los años fui documentando distintas instancias: el frente del Rectorado hoy, en la calle Viamonte 430, en otra época sede de la Facultad de Filosofía y Letras en la que estudié; la exhumación de los restos de mi hermano Héctor; las imágenes de los más variados objetos, agendas y así que aparecen en el libro; el rescate de las fotos de la revista El gráfico con escenas de boxeo y de fútbol; las fotos que me sacó al terminar el año 1969, recién publicado Poamorio... en fin, por todos lados está su huella. También conseguí al menos otros dos fotógrafos: uno para documentar la exhumación de los restos de mi padre en Carmelo; otro para las fotos sobre Nueve de julio cuando volví allí hacia el 2004.

En suma, no sólo me he valido de material existente, sino que he tenido una política muy activa de obtención de imágenes que ayudaran a entender el contexto. Así, por ejemplo, me preocupe por conseguir fotos de las fachadas de los edificios en los que he vivido: en la calle Agüero, en la calle Migueletes, en la calle Canning (hoy Scalabrini Ortiz). Fracasé con el departamento de Santander 1471 en donde había una nueva edificación. Y fracasé también con el local de Belgrano en el que funcionaba el Centro de Investigaciones Sociales, aunque rescaté una foto desde el exterior del balcón y ventana del primer piso en el que trabajaba.

En fin, como verás, cada imagen tiene su pequeña historia.

 

2/iii/2020

Al correo anterior quisiera agregar:

6) Los aportes de Marie-Christine-Andregnette, la pariente de Francia que rebuscó en archivos, mandó fotos de lugares y las cartas que mi abuela francesa mandaba a sus parientes de allá. Es interesante señalar que me conecté con ella a partir de tu reportaje en Radar del 2005.

El otro aporte es el del matrimonio Gloria Cucullu-Miguel Murmis, con sus fotos de Berkeley que enriquecieron el tomo.

7) En la página 651 del volumen 2 de La yapa II hay un cuadro en el que el autor estima el número de páginas que ocupó lo escrito por él, comparándolo con textos de otros, ilustraciones, índices y así. Esa estimación es del 49,5%, o sea, prácticamente la mitad del total de poco más de 4.400 páginas que tiene la obra. Por contraste con esa cifra, quisiera señalar que en el caso de las ilustraciones el papel del autor ha sido decisivo. No sólo se valió de lo que se enumeró antes, sino que buscó activamente completar huecos que creía necesario cubrir. De modo que para muchas instancias hubo trabajos puntuales encargados a colaboradores cercanos que incluían también fotógrafos. No sólo Oscar Balducci, sino también fotógrafos de Carmelo y de Nueve de julio, y gente que acercó colaboradores que tenía en el Instituto de Sociología. El tomo Nue-Car-Bue es el ejemplo más notorio de esto, pero lo que digo abarca a los demás.

8) Desde el punto de vista de las imágenes, el primer tomo publicado, Asemal, no las tiene. Aparecen en los tres tomos siguientes (Berkeley, Los años en el Di Tella, De plomo y poesía), pero siempre al final de cada capítulo y en blanco y negro. Eso fue así porque la recomendación de Juan Andralis fue que las imágenes estuvieran en blanco y negro, y porque pensé que ponerlas al final de cada capítulo facilitaba la tarea del armado de los volúmenes.

Cuando encaré el tomo Nue-Car-Bue y advertí la riqueza del material con que contaba, consulté a Fontana acerca del uso del color y de la intercalación de imágenes en medio de la narración y me dio el visto bueno. A partir de allí y hasta el fin de la obra, esa característica se mantuvo.