Darío Canton | Escritor & Poeta
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Con las manos en la mesa

Hispamérica | N° 16, Gaithersburg, Md., EEUU - 1977

Soy un convencido de que la poesía puede hablar sobre cualquier aspecto de la realidad: no hay «temas» poéticos y otros que no lo sean. Igualmente, de que no hay «malas» palabras (ni pudores), sino mal uso de palabras, lo que debe ser evitado. Me he preocupado siempre, además, por lo fundamental, por lo que está más allá de lo que parece ser, por todo lo que la costra de tabúes y convenciones nos impide nombrar, por todos los falsos nombres que nos han y nos hemos impuesto. Mi intento ha sido ahondar en mi experiencia para separar el grano de la paja y llegar a formulaciones válidas, o al menos válidas dentro de ciertos límites bien acotados, más allá de mi existencia individual como varón del siglo XX en cierta cultura, influido por mi clase social, educación, experiencias idiosincrásicas, etcétera.

Un pequeño «Credo poético y correcciones a hacer en función de él», que redacté para mi uso hacia 1961, puede dar una idea algo más pormenorizada de cómo y qué me proponía tomar en cuenta para mi trabajo:

1). Los poemas deben decir algo.

2). Cuanto más digan (sugieran, relacionen, etc.) con menos palabras, mejor.

3). El peligro es lo meramente enunciativo; acá la forma en que se lo haga y el ritmo que el poema tenga. Además, lo que en un momento posterior pueda aparecer como enunciativo puede ser, al publicarse, una revelación.

4). Aparte de lo anterior, se debe vigilar la adjetivación. En general, reemplazar los adjetivos blandos por los fuertes. Llamo adjetivos «blandos» a los más manidos, usados, aquellos que naturalmente uno tiende a asociar con los sustantivos que se usan en el poema.

Por ejemplo: el amor, con sus alas tibias (reemplazar por duras) o requiero con amor su mano blanca La vigilancia de los adjetivos se extiende también a las oraciones incidentales, explicativas, aclarativas, etc., que son de lo más caduco: debajo de la palabra el tiempo que sabe más como un gato se repliega ( Poemas familiares , p. 60 )

* En una nota al pie de la primera página se daba mínima noticia sobre el autor. Al final se incluían cuatro poemas entonces inéditos, publicados luego en Asemal: Berkeley on my mind (16, p. 3), «Hubo un tiempo» (15, p. 4), «La realidad» (14, p. 6) y Haciendo números (18, p. 3).

« Aquí «el que sabe más» es de lo más débil. Adviértase también en este ejemplo cuáles son las comparaciones más capaces de permanecer, como lo del «gato que se repliega». Ésta podrá ser una observación común, pero no es un lugar común, y sí un detalle de realidad que tendrá toda la vigencia que tengan los gatos –probablemente varios miles de años más.

5). Hay que eliminar también detalles innecesarios: el poeta ha vivido… se acerca a una puerta y golpea (mientras saca unas flores de una vieja maleta) Lo que está entre paréntesis fue suprimido.

6) Hay que vigilar también los sustantivos (en Regreso de Verlaine; Asemal 9, hay una línea que decía «en la palma de mi mano»; cambié por «en el hueco de mi mano»); las preposiciones; especialmente los adverbios que introducen las frases.

Contar las veces que aparecen las mismas palabras en un poema. Revisar (subrayar) los que . VER EL TIEMPO DE LOS VERBOS : nunca el futuro. ¡Ojo las comparaciones! Leer los poemas al revés.

7) Después de hecha la revisación «positiva» de que he hablado antes, debería hacerse una negativa o destructiva. Se trata de intentar destruir, cambiar o ridiculizar todo lo escrito como modo de ver la solidez del poema y cómo resiste los embates de la crítica de mala leche. Hay cierta crítica que parecería estar emparentada con esta última pero que en realidad es sumamente positiva: es la que reemplaza palabras para ver si lo que se está diciendo es privativo de ese sustantivo, o es una generalidad que es cierta diga uno «zapato», «lluvia» o «amada». Se puede también alterar el orden de las estrofas para ver qué queda y cómo del original. Por último, se pueden suprimir versos, especialmente al final, pero también en el medio y aun al comienzo, sea para ganar en concisión, vaguedad, claridad, etc. Acá se podría también poner o traducir el poema a otro idioma, como para ver si la cosa está clara.

8) Conviene también que se adquiera conciencia de cómo dar mejor la cualidad de ensoñación, secreto, irrealidad, misterio, sea a través de las palabras o a través de la construcción (o sea la estructura) misma del poema.

9) De la vaguedad en la descripción de los personajes o situaciones. Se puede ser absolutamente preciso en la vaguedad o ambigüedad, y es un recurso artístico muy valioso (los antiguos romances castellanos que quedaban inconclusos, o así nos han llegado; el Marinero de Coleridge acerca del que nada sabemos –es como decir, «cualquiera puesto en esta posición»).

10) Copiar los poemas largos en dos columnas para verlos más fácil, en menos espacio, darse cuenta de repeticiones, errores, etc. Incluso para ver si se pueden leer las dos columnas horizontalmente (agregado de 1967).

11) Conectado con lo anterior, algo que siempre he hecho al armar mis libros: desplegar todos los poemas sobre el piso para abarcarlos con una mirada total (anotación de ahora, 1976). Acaso el resumen más adecuado del Credo sea una «definición» de poesía que me sé de memoria desde hace muchos años y que no recuerdo si la tomé (total o parcialmente) de alguien, o no: la forma más económica de decir cosas significativas.

Para concluir daré dos ejemplos, de los más breves, de mi trabajo, con fines de ilustración. El primero tiene que ver sobre todo con aspectos más «técnicos», o cómo una idea que está bastante clara desde el comienzo se precisa, perfila, aguza y enriquece. El segundo, para mí más interesante, tiene que ver con lo anterior pero más con cómo uno se remonta desde la propia individualidad hasta un nivel de generalidad más omnicomprensivo.

A) El poema, aparecido en la sección Vida Cotidiana de Asemal 9, parte de un hecho común, la existencia de gas natural o envasado en muchos hogares (también fábricas, talleres) para encender hornallas en la cocina, calefones (agua caliente), o dar calefacción. Ese uso correcto de un recurso natural puesto al servicio del hombre no está exento de riesgos. A veces hay fallas en las instalaciones o se las maneja indebidamente y se producen explosiones o muertes accidentales.

Por último, se puede hacer un uso agresivo de esos mismos recursos: para atacar o otros (atentados, sabotajes), para destruirse a sí mismo (suicidios). Cualquier lector contemporáneo de la prensa diaria sabe que es así y recordará ejemplos.

De esa realidad parte la anotación inicial del poema, que dice así: «Quien apaga / la llave del gas / en forma adecuada / a ése / no le pasa nada». Lo que equivale a, aproximadamente, «el que hace las cosas como se debe, no corre riesgos», pero dicho de tal manera que el uso siniestro de este instrumento está muy presente.

En un momento posterior empecé a ponerle título al «poema» y escribí «Recom (endación)» que taché en el acto para insertar «A los usuarios», que es la fórmula en uso por la compañía Gas del Estado (también por los Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) para dirigirse a su clientela ( la Empresa Nacional de Telecomunicaciones –teléfonos– los llama «abonados»). Ahora el poema decía: «El que apaga (cierra) (mueva) (ponga) / la llave del gas / en la forma adecuada / no sufre nada».

Al escribirlo de nuevo, por tercera vez, aparecieron tanteos entre «Quienes» / «El» / «Los», «forma de vida / adecuada», «sufrir / sufrirán / sufren». Más importante que eso, y un poco como exigido por el titulo (encabezamiento) de la «comunicación» o mensaje de la Empresa, el de quién firmaba. Inicialmente puse «Gas del Estado»; luego taché para escribir « La Compañía».

La última redacción que figura en el manuscrito está ya muy cerca de lo que fue la versión final, como se apreciará:

(manuscrito)
A los usuarios
Quienes
dejan la llave del gas
en la forma adecuada
no han de sufrir.
La Compañía

(versión final)
A LOS USUARIOS
Quienes
dejen la llave
en la forma adecuada no sufrirán.
La Compañía

Se ve que en la segunda l ínea suprimí «del gas» por sonarme obvio en el contexto en que habitualmente me muevo, y que la última línea, ahora abreviada, se presta mejor (tipográficamente) para la doble lectura que me interesaba rescatar como posibilidad (y clave, cifra del poema): «no sufrirán. I La Compañía (de Gas)>>; «no sufrirán / la compañía» (imagínese que el poema es oído).

En resumen: estamos ante la «recomendación» de una compañía a sus usuarios para que usen bien el servicio que les presta y no corran riesgos: más básicamente, ante la posibilidad (y la tentación) del suicidio a través de los recursos que ofrece una «herramienta del progreso» de uso cotidiano, presencia habitual en la casa.

b). Este ejemplo será en parte resumido, dado que requirió más intentos. Doy de entrada la versión final y luego explicaré cómo llegué a ella:

«Vos y yo I lector I encerrados en este pedazo I de papel I tu lectura haciendo I de cenizas brasas I leño que fui / la vida un río».

Las cuatro primeras líneas salieron a mediados de 1975, en un alto de una carta que le estaba escribiendo a un amigo, al dárseme un cambio en la «longitud de onda». Las anoté en un papel aparte, además, y ahí quedaron. Como un año después, y recordando algo que me había escrito uno de los corresponsales de Asemal, anoté otras líneas: «Vos lector I con tu lectura I das vida a mis palabras I deshidratadas». La idea era (y no es nueva) que los textos: son como alimentos deshidratados (leche, legumbres) a los que se reconstituye agregándoles agua (la lectura del lector).

Después se me ocurrió juntar las dos cuartetas, ya que el tema era el mismo, pero no me gustaba lo de «deshidratadas». Escribí entonces (dejo de lado la primera parte, incambiada): «vos / con tu lectura / dando vida a mis palabras / cenizas que fueron leño / el de mi vida». En un nuevo intento puse «dando vida / a palabras cenizas / del leño de mi vida», y al costado anoté «brasas». La versión siguiente fue «hacés de cenizas brasas /'leño de mi vida», con la variante «leño de una vida» mediante la cual alcanzaba por primera vez una objetivación, distancia, con respecto a «mi» vida, «mi» caso. Un nuevo intento trajo la fórmula «leño / de una vida río».

A esta altura me detuve y anoté las alternativas que tenía para el final: «leño de mi vida» / «leño de una vida» / «leño de mi vida río» / «leño de una vida río» / «leño de la vida mía». Mientras lo hacía se me ocurrió poner «un leño / de la vida río». Había conseguido alejarme todavía más de “mí”, logrado insertarme en un marco más amplio, el de la vida como un río. Quedé satisfecho. Faltaba ahora redondear la cosa y después de varios intentos lo alcancé: el poema hablaba de la relación que se da entre autor y lector, y de la «magia» de la lectura que otorga vida (vuelve brasas) a signos impresos (cenizas) sobre un papel, que a su vez remiten (fragmentaria, incompletamente) a un bloque que es la experiencia y/o la vida (el leño) del autor, los dos inmersos (simultánea o sucesivamente) en el río de la vida (pasada, presente y futura) en el que vamos (estamos) mientras somos.

La asociación con «madera» me gustaba, además, así como la doble acepción de leño como «madera» y «embarcación) (ya presente en latín). Heráclito andaba por ahí, igualmente, y Jorge Manrique (con una distinción: mientras éste dice «nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar», acá la comparación, más acorde con mi ámbito natural, el del Río de la Plata -aunque creído «mar» por los adelantados- es que nuestras vidas son leños en el río de la vida).

Lo que quiero rescatar, cualquiera sea el «mérito» del poema, es que mi sentimiento de satisfacción, «éxito», está dado.por el creer haber hecho en pocas líneas un resumen adecuado de un tema vasto, que de algún modo me alcanza a «mi», en quien la reflexión se dio como punto de partida muy personal, pero rascendiéndome, ubicándome en un punto de vista más amplio, general, para el cual yo soy uno de los tantos ejemplos que se pueden pensar. En última instancia, nos hallamos ante un epitafio a la griega, o ante el posible proemio de mis Obras Completas (o las de cualquiera).

Buenos Aires, octubre/ noviembre de 1976