Darío Canton | Escritor & Poeta
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Setenta años después

Corsi e ricorsi

Caleidoscopio

Estas líneas son de algún modo el complemento de lo que redacté en 1976 para la revista Hispamérica N° 16, con el título de "Con las manos en la mesa". Allí publiqué por primera vez, junto con una especie de credo poético, los dos primeros cuentos de poemas que luego habrían de continuar en los tres últimos números de Asemal y en los tomos de De la misma llama.

1) Presente

19 de septiembre del 2020

Hoy cumplo
seis meses
de cuarentena.
Con los avances
de la medicina
soy un feto
perfectamente
perfetamente
viable

P. S.
Falta saber si llegaré
a robusto bebé

No es que haya reflexionado “Llevo seis meses de encierro. Equivalen, de alguna manera, a un embarazo”; simplemente me puse a escribir lo que se ve y en determinado momento apareció lo de “perfectamente”, que inmediatamente se convierte en “perfetamente”. Y es la felicidad, mi ¡eureka! de ese día, tal como me pasó con el comienzo de La saga del peronismo, “Corrupción de la naranja”, La mesa. Tratado poeti-lógico y tantos otros. La felicidad de nadar, sumergirse una y otra vez, con alegría, en las aguas del idioma.

Dije “alegría”. También “gratitud”. ¿A la vida? ¿Al azar? No lo sé. Sí que fue mi deseo más ferviente (ver “Reportaje a la ex mujer del poeta”: “me hartaba / siempre lo mismo / sin salida / quería vivir / para escribir / hablábamos noches / años estuvo repitiendo / yo ya no podía más / la poesía la poesía / pero por qué no se va al diablo / qué tengo ya que ver / con él / váyase por favor / esta noche salgo / me pasan a buscar”).

 

2) Historia

Vengo de dos familias, las de mis padres, cuyas mujeres eran muy tibiamente católicas y no iban a misa. Sí llegó a hacerlo, cuando enviudó, mi abuela francesa, a la que le gustaba mucho cantar en la iglesia. Hice la primera comunión, pero no pasé de allí. Sí tuve largo contacto con el psicoanálisis, tanto individual como de grupo, en castellano y hasta en inglés, cuando estuve en Berkeley. He tenido amigos muy estrechos, queridos, algunos de los cuales conservo todavía. Y me he "casado" más de una vez y tenido hijos con tres de mis parejas y luego nietos, todos muy queribles. Pero a pesar de lo que menciono, el que llamaría "centro de mí mismo", la porción de mi yo, por así decir, más recóndita, ha estado ligada con la poesía y lo que ella ha significado para mí. Fue siempre el terreno, el ámbito, el lugar en el que se me revelaba −develaba− lo que más íntimamente me estaba pasando.

Así con “Kafka y Malena”, en el que por primera vez hago una trasposición de tiempo y espacio: Kafka en Buenos Aires, Milena convertida en Malena, yo poniendo una ficha en la rocola de un bar (en el que se ha detenido el ómnibus, a mitad de camino rumbo a la ciudad de Santa Fe, donde voy a rendir un examen de Derecho) para escuchar la versión del tango de Demare y Manzi grabado por Aníbal Troilo con la voz de Fiorentino. Tengo dieciséis años. Y luego, no mucho más tarde, una noche de lluvia torrencial me acuerdo de Julio César y lo evoco en un poema en el que están implícitas las que habrían sido sus palabras: alea iacta est.

Y por fin, la revelación que se me impone y ha de ser el poema N° 1 de la serie Poamorio: “Quien se acuesta contigo / y te abraza / y te besa / y llega hasta el final / no soy yo”, con la que tomo conciencia de que esa relación matrimonial prácticamente ha llegado a su fin, aunque en los hechos se prolongue bastante más. Algo similar me ha de pasar ya en los estados Unidos con la llegada de La saga del peronismo a través del relámpago del recuerdo que me reinstaló en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y las calles del centro, cuando todavía no había cumplido los diecisiete años, el 17 de octubre de 1945 y los años inmediatamente anteriores dominados por la figura de Perón.

Lo dicho hasta ahora ejemplifica que considero autoaprendizaje, de algún modo descubrimientos que me parecían interesantes y me llenaban de alegría. Algo similar se aplica a bastantes poemas escritos en Berkeley que después fueron a dar a distintas colecciones: Corrupción de la naranja, Poamorio, Poemas familiares y hasta algún número de Asemal. Pero me detendré sólo en algunos casos en donde lo que llamo autoaprendizaje me parece más marcado. Uno es el poema “Corrupción de la naranja”, producto de más de un azar. No tenía heladera, una naranja empezó a descomponerse, tampoco tenía máquina de escribir. El resultado es que se me ocurrió registrar el proceso como si se tratase de un experimento y debí tomar abundantes notas, algo que no recuerdo haber hecho antes. Otro ejemplo es el de Poamorio. Muchos de los poemas son parte de mi aprendizaje, diría, en las artes de amar y decir. La mesa llegó a través de un sueño, como ya conté, y me dio ocasión para que trabajara muchísimo, me divirtiera y pudiera expresar, como siempre lo he hecho −más de una vez sesgadamente− mis opiniones políticas

Así como enlacé Corrupción de la naranja con La mesa poniendo en la tapa las tres naranjas del experimento de fines de 1963, también hice un puente entre La mesa y el tentempié de poesía que empecé a publicar en 1975 al llamarlo Asemal. Creo haber dicho ya que mi fantasía original era cambiarle el nombre en cada número de la publicación. Pero ese proyecto naufragó prontamente por las reglamentaciones del registro de la propiedad intelectual.

Otro caso en el que el azar jugó su papel −y por suerte estuve alerta− fue el episodio doméstico que me obligó a darme una inyección antitetánica cuyo nombre comercial era Tetabulín. Acá la libertad de asociación, la disponibilidad de vademécums y mi disposición llevaron a la concreción del Abecedario médico Canton.[1]En el juego gratuito con una jerga cerrada, profesional y comercial a la vez, podría recuperar un sesgo político: el intento de salvaguardar un resto de dignidad.

No quería que La mesa o el Abecedario fueran obras eruditas, ni pretendía poner a prueba la paciencia o los conocimientos del lector medio que me imaginaba: alguien que, si bien hubiera terminado el colegio secundario, no necesariamente tendría que haber alcanzado un título universitario. Está claro que fundamentalmente me dirigía al público urbano, de clase media, que había conocido y con el que convivía en la ciudad de Buenos Aires entre los años 1937 y fines de la década de 1970 (con el intervalo 1960-1963 en Berkeley). Así lo dije cuando recordé en los tomos de De la misma llama correspondientes la escritura de ambos libros. Y, en el caso del Abecedario, con lo que dejé consignado en el prólogo y en el apéndice bajo el lema “nada es obvio”, palabras que escuché de boca de Gino Germani, mi mentor sociológico, que me place rescatar.

 

3) Tanteando en busca de una caracterización

La poesía ha sido para mí el espacio de mis revelaciones y descubrimientos, el lugar más recóndito del que soy, el momento más íntimo de encuentro conmigo mismo (“La verdad”), al igual que el disfrute, el gozo y la alegría de la creación verbal −La mesa, el Abecedario− y la expresión de la mayor congoja. Fuente de donde emana todo, mi herramienta más valiosa para el autoconocimiento: si escribo y luego re-flexiono (me re-pliego) una y otra vez sobre lo escrito, ergo sum.

La poesía es: compañía, consuelo, orgullo, desazón, asombro, desafío, temor, gratitud, exaltación, silencio profundo para oírme mejor. En suma: los sentimientos humanos al máximo, expresados de la mejor manera posible.

El examen de los manuscritos que conservé celosamente me permitió embarcarme en lo que he llamado “cuentos del poema”. De hecho, la versión inicial del capítulo sobre Berkeley, primero terminado de la serie De la misma llama hacia 1988, llevaba incluidas las fotocopias de los manuscritos de los poemas que allí se reproducían.

Recuerdo un ejemplo vinculado con el poema “La perfección” (Poamorio, N°27). Al ponerme a escribir/describir cómo lo había hecho, encontré una diéresis donde no correspondía (yegüa). Así estaba en el libro publicado. Fui a ver el manuscrito, que había conservado, y allí estaba, ilevantable, imborrable. Y como en otras ocasiones, el relámpago del recuerdo:

Cuando chico yo era el mejor de mi clase. También el mejor en los «dictados» de palabras u oraciones que nos hacían oír para que escribiéramos. Un día, en uno de ellos, incurrí en un error que me hizo salir segundo frente a otro alumno, ingresado hacía poco en la división, que no cometió ninguno: mi amor propio herido hizo que casi me pusiera a llorar –debía tener nueve años. ¿Qué había pasado? Por esa época yo era muy lector y estaba siempre a la pesca de nuevas palabras. Una de las que había aprendido era el verbo «hesitar», muy poco usado, cuyo significado es «vacilar». Cuando en el dictado, de pronto, yo oí algo que me pareció «la yegua hesita» me sentí muy contento al pensar que era esa nueva palabra que conocía; me la hice repetir dos o tres veces para estar seguro y después la escribí de esa manera.

Mi sorpresa y decepción al tener el resultado de la prueba fueron mayúsculas: mi rebuscada interpretación se resolvía en el mucho más cotidiano «la yegüecita», que había traído mi derrota.

Como verá el lector, el hecho dejó su huella en mí y me forzó a un error por hipercorrección. De él extraigo al menos dos conclusiones: primero, en lo que a mí hace, que pueden pasar entre quince y veinte años, si no más, para que advierta algo como lo que acabo de contar, en que un episodio infantil (nueve años) se reflejaría en una experiencia adulta (treinta y seis años) y llegaría a la conciencia veintidós años después (a los cincuenta y ocho); segundo, que independientemente de lo que el crítico pueda aportar para la comprensión e interpretación de las obras, el testimonio de los autores debe ser siempre bienvenido, buscado y conservado. (Los años en el Di Tella, pp. 61-62)

 

4) Algunos textos

Quiero rescatar acá un poema autorreferencial, que a mi juicio dice mucho sobre el autor. Es muy inteligente, si se me permite decirlo, en el sentido de que habla de algo que no existe y al mismo tiempo deja muy en claro la opinión que el autor tiene sobre sí mismo. Es una impresión, obviamente, que no tiene por qué ser compartida por otros. Pero acá, como en la mejor poesía, no caben las falsas modestias.

II. Oriental

Quisiera creer
que este poema
no es copia de ninguno
es la primera vez
que alguien
lo pone por escrito.
Bajo el supuesto
de que así no sea
sin embargo
pido mil perdones
y doy gracias desde ya
a mi antecesor
el olvidado maestro
cuya excelencia refulge
en estas líneas
(Diario de poesía 73, p. 7)

Doy otros dos ejemplos tomados del Abecedario médico Canton en los que me valgo de la ironía:

Akinetón — faraón de la cuarta dinastía, precursor del cine moderno a través de sus dibujos de animales en distintas posiciones de marcha. Mediante el uso de esclavola (manivola impulsada por esclavos), recreaba la ilusión de la marcha para deleite y aplauso de sus cortesanos.

Alphosyl —! ¡………….!”, gritaron los naturalistas al llegar al terreno, abriéndose en todas direcciones.

Releo “Alphosyl” y me imagino una viñeta ilustrando gráficamente la escena. Se trata de un dibujo como los que veía en las revistas norteamericanas, especialmente The New Yorker en las décadas de 1950 a 1960. Y no puedo menos que reírme, lo que me lleva al cine Real en la calle Esmeralda entre Corrientes y Lavalle, vereda impar, más cerca de la primera (¿425? ¿431?). No daban películas, era de los llamados cines de actualidades. Eran funciones de no más de dos horas en las que proyectaban noticiosos nacionales (sucesos argentinos, con actos oficiales, partidos de fútbol o peleas en el Luna Park, inauguraciones de fábricas, funciones de gala en el Colón y así), internacionales (ejecución por ahorcamiento, encapuchados, de jerarcas nazis condenados en Núremberg) y, coronando todo, la frutilla del postre: los dibujos animados. En general, de buen nivel, a veces excepcionales, cuyas imágenes y bandas sonoras me han acompañado siempre. Aprendí mucho de ellas.

 

5) Supuestos aportes

a. Aportes sustantivos señalados por Julio Schvartman: el primero vinculado con Francis Ponge; el segundo, con Fluxus

En un comentario de Schvartzman sobre Asemal escrito en 1978, aparece la mención de Ponge, autor que yo no había leído. Mucho después descubrí que Ponge había empezado con su Table en octubre de 1967, cuando mi anotación inicial para La mesa es del 27 de junio de ese mismo año (mi libro se publicó en 1972; el de Ponge en 1988).

El segundo señalamiento de Schvarztman es a propósito del poema “Corrupción de la naranja” (fines de 1963/1964) del que se acuerda con motivo de una exposición realizada en Buenos Aires de trabajos del grupo Fluxus, y el hecho de que uno de sus integrantes dejó pudrir una banana que acababa de ver exhibida.

…te escribo por la «Banana» de Dieter Roth. Data de 1965 y consiste en una banana puesta sobre un plano de madera y exhibida en una caja transparente. Podría titularse «La corrupción dela banana» y lo que se ve es el fruto ennegrecido y completamentedesecado; pura acción del tiempo. Me parece, si no yerro, que tu experimento data de 1964. ¿Es así? Bueno, la sincronía (o tu anticipación)me pareció extraordinaria. Eso es vivir su tiempo. ¿Supo de vos, DieterRoth? El tipo murió en Suiza en 1998. (La yapa II, p. 25)

b. Aportes/cuestionamientos a la gráfica del libro tradicional

Al no ser una persona relacionada con círculo literario alguno, y, al menos comparativamente, con no muchas lecturas literarias, mis textos de poesía están libres, en mi opinión, del lastre del peso de quienes sólo se mueven dentro de ese ámbito. De algún modo, he sido un francotirador. Lo fui con La saga del peronismo y lo seguí siendo con mis demás libros. Tuve, como ya he dicho, los que he llamado “destellos” o “iluminaciones”.

La presentación gráfica de Poamorio, “invertida”, dada vuelta, es coherente con una preocupación que se ha manifestado tanto en mis libros de poesía como en los de sociología (ver “Un malestar llamado libro. Poamorio de Canton y otros experimentos” de Julio Schvartzman).

Fuero íntimo es el título del que llamaría un “libro feto”. Repite lo que hice con Poamorio pero está incluido en el primer volumen del último tomo de la serie De la misma llama. Las páginas que lo componen tienen un troquelado que permite que el lector que lo desee separe esas páginas y arme su propio libro valiéndose de la tapa, contratapa y una varilla Nepaco.

c. Uso deliberado de erratas

He recurrido a la errata, en un caso al menos, para dar cuenta de un enfrentamiento con un hijo (“Encuestas”, Asemal 16, p. 6). En otros casos −Abecedario médico Canton, Asemal− para dejar constancia de opiniones políticas del autor en momentos de represión extrema (dictadura militar iniciada en 1976 con el golpe del 24 de marzo).

d. Incorporación de ejemplos musicales para poder recrear cómo el autor oía algún texto suyo (“Canción del trabajo…” en Asemal 20, p.6) o para rescatar canciones que cantaba en el colegio secundario hacia 1941 (La yapa II, pp. 687-688).

e. Hay un “tono” muy particular tanto en La mesa como en el Abecedario médico y en Clea. Folletín platónico (inédito), y en poemas como “Encuestas”. A mi juicio se utiliza un tono descriptivo que llamaría “neutro”, de alguna manera ingenuo pero al mismo tiempo “científico”, que pone de relieve o hace resaltar, de algún modo en sordina, incongruencias de la vida y la sociedad contemporáneas y de todos los tiempos.

f. El cuento del poema

Es la narración-descripción de la escritura de un poema desde el momento inicial hasta que el autor lo da por terminado. Es equivalente a la filmación que puede hacerse, durante el tiempo que sea, de cualquiera de los cuadros de un pintor (El misterio de Picasso de Henri-Georges Clouzot). He hecho el cuento de muchos poemas individuales −notablemente con “Toma la sopa” y sus treinta y dos versiones (De plomo y poesía, pp. 170-179), pero también con La mesa y el Abecedario. Lo considero una parte muy importante de mi obra. De hecho, fue pensada como su compendio cuando armé los 45 poemas alrededor de la mesa hacia 1993-1994. Entonces la publicación de la summa con todos sus tomos era una quimera.

Me hubiera gustado que esa parte de mi obra diese lugar a intercambios −de cualquier tipo− con otros poetas, siempre bajo la premisa de “cómo se puede decir mejor lo que acá se dice”. Este ha sido siempre mi interés, la meta ideal.

 

6) El cuento de un poema

El 15 de junio de 1975 se me dieron cuatro líneas que anoté en un papel (La historia de Asemal y sus lectores, pp. 23-25). Las amplié más tarde y fueron el segundo “cuento del poema” sobre el que hablé en el artículo de Hispamérica N° 16, “Con las manos en la mesa”. Ese mismo poema, levemente modificado, es el que cierra la narración, a continuación de una foto mía leyendo en el último tomo de la serie De la misma llama (p. 939). O sea que entre ambos extremos han pasado cuarenta y cinco años (tantos como los cuentos reunidos alrededor de la mesa):

Este ejemplo será en parte resumido, dado que requirió más intentos. Doy de entrada la versión final y luego explicaré cómo llegué a ella: «Vos y yo / lector / encerrados en este pedazo / de papel / tu lectura haciendo / de cenizas brasas / leño que fui / la vida un río». Las cuatro primeras líneas salieron a mediados de 1975, en un alto de una carta que le estaba escribiendo a un amigo, al dárseme un cambio en la «longitud de onda». Las anoté en un papel aparte, además, y ahí quedaron. Como un año después, y recordando algo que me había escrito uno de los corresponsales de Asemal, anoté otras líneas: «Vos lector / con tu lectura / das vida a mis palabras / deshidratadas». La idea era (y no es nueva) que los textos son como alimentos deshidratados (leche, legumbres) a los que se reconstituye agregándoles agua (la lectura del lector).

Después se me ocurrió juntar las dos cuartetas, ya que el tema era el mismo, pero no me gustaba lo de «deshidratadas». Escribí entonces (dejo de lado la primera parte, incambiada): «vos / con tu lectura / dando vida a mis palabras / cenizas que fueron leño / el de mi vida». En un nuevo intento puse «dando vida / a palabras cenizas / del leño de mi vida», y al costado anoté «brasas». La versión siguiente fue «hacés de cenizas brasas / leño de mi vida», con la variante «leño de una vida» mediante la cual alcanzaba por primera vez una objetivación, distancia, con respecto a «mi» vida, «mi» caso. Un nuevo intento trajo la fórmula «leño / de una vida río».

A esta altura me detuve y anoté las alternativas que tenía para el final: «leño de mi vida» / «leño de una vida» / «leño de mi vida río» / «leño de una vida río» / «leño de la vida mía». Mientras lo hacía se me ocurrió poner «un leño / de la vida río». Había conseguido alejarme todavía más de «mí», logrado insertarme en un marco más amplio, el de la vida como un río. Quedé satisfecho. Faltaba ahora redondear la cosa y después de varios intentos lo alcancé: el poema hablaba de la relación que se da entre autor y lector, y de la «magia» de la lectura que otorga vida (vuelve brasas) a signos impresos (cenizas) sobre un papel, que a su vez remiten (fragmentaria, incompletamente) a un bloque que es la experiencia y / o la vida (el leño) del autor, los dos inmersos (simultánea o sucesivamente) en el río de la vida (pasada, presente y futura) en el que vamos (estamos) mientras somos.

La asociación con «madera» me gustaba, además, así como la doble acepción de leño como «madera» y «embarcación» (ya presente en latín). Heráclito andaba por ahí, igualmente, y Jorge Manrique (con una distinción: mientras éste dice «nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar», acá la comparación, más acorde con mi ámbito natural, el del Río de la Plata –aunque creído «mar» por los adelantados– es que nuestras vidas son leños en el río de la vida).

Lo que quiero rescatar, cualquiera sea el «mérito» del poema, es que mi sentimiento de satisfacción, «éxito», está dado por el creer haber hecho en pocas líneas un resumen adecuado de un tema vasto, que de algún modo me alcanza a «mí», en quien la reflexión se dio como punto de partida muy personal, pero trascendiéndome, ubicándome en un punto de vista más amplio, general, para el cual yo soy uno de los tantos ejemplos que se pueden pensar. En última instancia, nos hallamos ante un epitafio a la griega, o ante el posible proemio de mis Obras completas (o las de cualquiera).

NOTAS

  1. Publicado en 1977, en uno de los peores momentos de la última dictadura militar argentina.