Darío Canton | Escritor & Poeta
PUBLICACIONES | Literatura | La Mesa

David Musselwhite

Kingston, Jamaica | 5 de Febrero de 1973
David Musselwhite

Amigo Sr. Canton, Tengo que empezar por pedirle mil disculpas por no haberle escrito antes. Fue una sorpresa total y muy agradable recibir primero su carta y luego sus dos libros por los cuales le agradezco mucho. La verdad es que la demora en contestarle es inexcusable puesto que en este momento yo mismo estoy esperando noticias sobre un trabajo mío mandado a otros y por eso sé lo que es tener que aguantar un silencio que siempre puede ser interpretado como indiferencia. Bueno, la demora no es debida solamente a pereza de mi parte –también se debe en parte a mis dudas respecto a lo que puedo decirle sobre sus trabajos, sobre todo sobre La mesa.

Usted me ha dicho que fue Noé Jitrik quien le dio mi nombre y no puedo sino pensar que se lo dio pensando que yo podría ser capaz de apreciar lo que está haciendo y de hacerle unos comentarios «inteligentes» –es esto lo que me preocupa porque la verdad es que no me considero muy «inteligente» y siempre he tenido que trabajar mucho antes de formular una opinión sobre una obra– y casi siempre mi primera impresión está equivocada.

De todos modos voy a tratar de aventurar unas ideas siempre muy consciente de que a cada paso pueda ser que esté metiendo la pata. Supongo que podemos empezar por ahí –con esa cuestión de «meter la pata» porque el problema crítico, a mi parecer, empieza con las dudas respecto a si La mesa es una obra «seria» o una broma desaforada. Una obra estructurada alrededor de una mesa –de la palabra mesa– parece a primera vista una locura pero el hecho de que usted se preocupe porque muchos se hayan desconcertado frente al libro nos da a entender que además de una obra se trata también de algo serio. Su carta se refiere también al problema del «texto» como si fuese ahí donde se encuentra la verdadera raison d’ être de la obra.

Bueno, primero quiero decirle cuánto nos divirtió a mí y a mi señora la obra-broma: los dos pasamos un par de horas discutiendo algunas de sus etimologías –sobre todo la dimensión política de la mesa-pro-mesa, que me parece un comentario muy acertado sobre la política en general. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que a otro nivel –precisamente al nivel textual– se evidenciaban otras preocupaciones, digamos, más serias.

En primer lugar lo que me impresionó mucho fue la versión «vesre» de la mesa: same, porque esto me sugiere una posibilidad «teórica» que me parece bastante pertinente: la idea de que un texto es una producción de différences que siempre brotan de y remiten a un sameque es el origen y la meta de todo discurso. Al decir esto pienso sobre todo en el concepto de la différance de Derrida que, a su vez, deriva ese concepto de los trabajos de Saussure y de Freud para los cuales toda producción implica la diferencia, el desplazamiento y la postergación de «algo» original e indefinible –de un «algo» que representa la posibilidad misma de la producción. En ese sentido –que toca a los orígenes de la literatura / de la escritura / de la posibilidad del texto– me ayudó bastante el otro volumen que me mandó, en el cual parece preocuparse por los momentos verdaderos del amor y del sexo (no sé hasta qué punto lo he entendido bien) –es decir, los dos libros comparten una preocupación por lo fundamental. Felizmente una lectura reciente deLas palabras y las cosas , de Foucault, me ha alentado en esta interpretación de La mesa porque en ese libro también se encuentra esa mesa que es su mesa y que es mi mesa. Ahí Foucault habla de la mesa «en dos sentidos superpuestos»: «mesa niquelada, ahulada, envuelta en blancura, resplandeciente bajo el sol de vidrio que devora las sombras –allí, por un instante, quizá para siempre, el paraguas se encuentra con la máquina de coser–; y cuadro que permite al pensamiento llevar a cabo un ordenamiento de los seres, una repartición en clases, un agrupamiento nominal por el cual se designan sus semejanzas y sus diferencias –allí donde, desde el fondo de los tiempos, el lenguaje se entrecruza con el espacio (op. cit., p. 3)».

La verdad es que este párrafo me parece tan iluminador que me pregunto si quizá no fuese el origen de La mesa –fechado ‘67 / 9, el libro de Foucault fechado ‘66–, aunque sé que es absurdo buscar «influencias» así.

No sé hasta qué punto las observaciones anteriores son acertadas –pero creo que implícita en La mesa está la idea de que todo puede ser derivado de una palabra original y nuclear–, así que las posibilidades con las cuales me divierto aquí también son legítimas. También se me ocurre otra idea: ¿no hubiera sido interesante considerar en su texto el hecho de que una mesa generalmente se construye de madera –es decir de algo que está lleno de nudos (knots-nots-negativas) y así dar a entender que el texto mismo se constituye también de ausencias y de omisiones? Por lo menos la idea es no / table!

Bueno, con esto basta –ya debo haber metido las cuatro patas–, suficiente para una mesa. Lo importante es que nos gustaron mucho sus libros –y, como puede ver, La mesa me ha sugerido muchas ideas.