Darío Canton | Escritor & Poeta
ENTREVISTAS | En medios digitales

Diálogo con Rita Kratsman

25 de octubre de 2007

Rita Kratsman
Incluida en el blog La infancia del procedimiento

Empezaste a escribir en los 50 pero recién publicaste en los 60. Cuando lo hiciste ¿te habías planteado a priori la estructura de ese collage autobiográfico que hoy representa tu obra?

No. La primera idea de hacer algo como lo que terminó siendo De la misma llama surgió veinticinco años después, hacia 1975. Fue cuando empecé a contar de qué manera, a partir de la redacción inicial y pasando por etapas que documentaba y explicaba, había escrito distintos poemas. Respaldado por ese material es que me presenté a una beca Guggenheim con una propuesta llamada "El trabajo de escribir poesía: un testimonio personal", que no tuvo éxito.

¿Cómo pudiste darle un sentido al corpus de anotaciones, cartas y notas de todo tipo en revistas, libretas, etc que dibujan ese gran hilo extraordinario?

Cuando retomé el proyecto, ocho años después, decidí ampliarlo mediante la inclusión de textos largos (Corrupción de la naranja, La mesa, el Abecedario) y el ordenamiento cronológico de los poemas que tenía. Al hacerlo se desplegó ante mí mi vida adulta y advertí la posibilidad de contarla desde la niñez con materiales diversos, a los que agregaría ilustraciones de archivos familiares y otras que tendría que procurarme. Me preocupé por conseguir, a través de amigos de Carmelo, imágenes del pueblo y del escritorio de mi abuelo, el que había sido trasladado íntegro a otra casa luego de vendida la original.

Y en Buenos Aires concerté con Oscar Balducci, escritor y fotógrafo al que conocía de cuando publicamos sendos libros con Ediciones del Mediodía en 1968, para que sacara imágenes de la plaza Congreso, de la casa de mi madre (Rivadavia 1653) y del departamento en el que escribí la primera versión de la obra (Bartolomé Mitre 1644). Eso fue en el primer envión, cuando también contaba con los manuscritos de parte de los poemas.

El comienzo de la publicación de los volúmenes con Libros del Zorzal en el 2004 reactualizó el tema de las ilustraciones, que no había estado presente para la publicación de La historia de Asemal y sus lectores (Mondadori, 2000), tomo IV, entonces sin número, de la serie. Así, para el tomo I. Berkeley (1960-1963). Gloria Cucullu y Miguel Murmis hicieron un gran aporte. Y para los otros me embarqué en nuevas y muy detalladas búsquedas cuya culminación se advertirá en el tomo VI. Nue-Car-Bue. De hijo a padre (1928-1960), que espero publicar en el año 2008.

En lo que hace al tema del sentido, pienso que está dado por un rumbo fijado hace mucho, con un plan muy pensado y una primera redacción que sirve de marco. Además, como parte del trabajo, preparé dos índices con la anatomía de la obra: analítico, tomo por tomo, capítulo por capítulo, con el contenido total (quince páginas oficio, a máquina, a un espacio) y otro por rubros, de la misma manera, en que distinguía "Texto actual, Texto antiguo, Poemas, Cartas y mensajes, Citas" (cinco páginas).Tenía, igualmente, otros dos índices: alfabético y cronológico de poemas, que armé con la ayuda de Pablo Funes, para lo cual hice mis primeras armas en computación.

Esa considerable acumulación previa se fue ampliando y enriqueciendo a medida que encaré la publicación de los tomos, al descubrir sobre la marcha interrogantes que me planteaban otras búsquedas y nuevas perspectivas. También el azar tuvo su parte. Una entrevista que me hizo Osvaldo Aguirre y se publicó en Radar a fines de marzo del 2006 me puso en contacto con una parienta en Francia que me hizo llegar mucho material sobre la familia, incluidas fotografías y copias de antiguos documentos. Lo mismo pasó con una descendiente de un amigo de mi padre, médico como él, que reside en Nueve de Julio, Provincia de Buenos Aires, donde nací.

Tengo entendido que no tuviste tiempo para una vida social literaria. ¿Considerás que hubiera sido importante?

Pienso que quizá hubiera facilitado la difusión o el conocimiento de lo que hacía entre los que deciden quiénes se incluyen y quiénes no, qué obras merecen atención y cuáles no (en los suplementos culturales de los diarios, historias de la literatura, antologías, archivos orales o fílmicos, mesas redondas, festivales de poesía y así). Los años me han confirmado, a modo de consuelo, que la gran mayoría de la gente tiende a juzgar más favorablemente (a ver, reconocer, invitar a participar en reuniones y a ser miembro de grupos, en suma, a considerar como par) a personas que son del mismo círculo o se mueven muy cerca de él.

Creo, con todo, aunque no hay modo de saberlo, que si las cosas hubieran sido distintas, no habría mejorado mi escritura, que es lo que me importa. En compensación, siempre tuve buenos lectores.

Tu enfoque sobre las letras de los tangos de Gardel ¿creés que se podría aplicar a las del rock, por ejemplo?

En más de una oportunidad se me ocurrió intentar poner a prueba las preguntas que me sirvieron en esa ocasión pero nunca pasé de proyectos fantaseados. La primera vez fue cuando, al volver de los Estados Unidos a fines de 1963, advertí que por la calle gente joven cantaba canciones que me resultaban muy frescas.

Supe después que eran de Palito Ortega. En otra oportunidad, en algún momento que no puedo precisar (¿década de 1980?) intenté conseguir las letras del rock nacional; sin éxito, porque aparentemente no estaban recopiladas todavía. La última fue cuando pensé ocuparme de letristas del tango posteriores a la década del 60. Nada de eso se concretó, pero ahora que lo recuerdo me surge el tema de qué canta hoy la gente, por ejemplo según sexo, edad, ocasión y lugar en el que vive. No qué música oye por la radio, la tele, la compu, el walkman, etc, aunque tenga su importancia, sino qué canta si está solo o en grupo. [*]

Podemos arrancar con el Martín Fierro: "Aquí me pongo a cantar… que al hombre que lo desvela…con el cantar se consuela". ¿Es así hoy, cuando estamos llenos de aparatos? Antes la gente en su casa o en el trabajo (la cocinera, el pintor en una casa deshabitada, el zapatero, el herrero, cualquiera), solía acompañarse entonando alguna canción, tarareándola o silbándola. Y las guitarras eran algo común. Incluso el qué cantaba cada uno delataba su ascendencia y podía, según las ocasiones, ser objeto de censura. Véase cómo recuerda en 1918 un miembro del ejército argentino, el coronel Carlos Smith, de apellido no muy criollo que digamos, lo que sucedía en unas maniobras en Tandil en 1909:

"Largas y fatigosas marchas tuvieron que realizar las tropas, hechas aún más penosas por las lluvias torrenciales…Para mantener vivo el espíritu alegre del soldado, se le dio plena libertad para entonar las canciones que fueran más de su agrado. El resultado de esa libertad no pudo ser más mortificante para el alma nacional. Cadenciosas, rítmicas…con esa mezcla de armonías…que tantas veces se habrá oído entonar en las trattorias de Buenos Aires, así se alzaban las canciones extranjeras…Quien hubiera cerrado los ojos para no percibir más que los aires que se entonaban; quien se hubiera concretado a escuchar los dicharachos que se cruzaban entre los soldados en un idioma que no era el nuestro; quien hubiera palpado el entusiasmo delirante con que se saludaban los finales y se repetían los bis, jamás habría creído que eran soldados argentinos en marcha…En cambio, los cantos patrióticos aprendidos en el cuartel…quedaban ocultos en la memoria del soldado…El remedio tuvo que aplicarse rápido y eficaz, prohibiendo esas canciones y prescribiendo en cada caso las que se debían de cantar"

Todo eso cambió mucho con la invención de la radio y más tarde los aparatos portátiles que hoy parecen antediluvianos.

Pero volviendo al ejemplo de Tandil en 1909: ¿qué canta hoy la gente cuando se reúne o está sola? Eso me gustaría saber. Pero me he ido muy lejos. En fin, que quede ahí.

Me intriga tu Diccionario. Ahí aparecen el humor y la ironía que atraviesan toda tu obra. ¿Qué hay de ellos?

Con el Abecedario, como con La mesa, me divertí mucho. Fueron dos casos de delirio controlado. Así como La mesa está dedicada a mi madre, el Abecedario tiene que ver con mi padre, que era médico y con un hermano, Héctor, que siguió sus pasos. Creo o quisiera creer que algo de lo mejor de esa disciplina he tenido: sensibilidad, observación cuidadosa, mano firme con el bisturí para las palabras.

En cuanto a lo del humor y la ironía, me parece que son parte de las armas que tenemos para consolarnos y sobrellevar algunas realidades: no todo se puede hacer, es poco lo que está en nuestras manos enmendar, nuestras vidas son breves, no es fácil, para mí al menos, concebir de qué manera creíble uno podría aportar su granito de arena para la construcción de un mundo mejor. La escala en la que uno se mueve es tan infinitesimal que lo máximo posible, al menos para mí, es el no sumarse a lo que llamaría "hijoputez" aunque no dejo de ver que hay gente que hace de su vida un apostolado.

NOTAS

* Víctor Hugo Morales, el periodista deportivo y melómano uruguayo, como parte de la Pumamanía fogoneada por los medios cuando el Campeonato Mundial de Rugby 2007, comentaba admirado, como rasgo bueno, distintivo, la convicción con que los miembros del equipo cantaban el himno en voz bien alta y diciendo todas las palabras.